El primer disparo retumbó en la casa como un trueno sordo. Sebastián fue el primero en moverse.
—¡Al suelo! —gritó, empujando a Valentina tras un sofá viejo mientras Tomás apagaba las linternas de un manotazo.
Los vidrios de la ventana del pasillo estallaron segundos después. Las sombras se movían allá afuera. Más de uno. Bien armados.
—Nos rodearon —murmuró Tomás—. ¿Cómo supieron?
—Seguramente por el chip en algún documento viejo —gruñó Sebastián, mientras se asomaba y disparaba dos veces al aire para cubrir.
Valentina sacó la mochila con los USB, la agenda y algunos papeles. Temblaba, pero no de miedo. Era adrenalina pura.
—No podemos quedarnos —dijo ella—. Si esta información cae en manos de mamá, todo estará perdido.
—¡Cuidado! —gritó Tomás.
Una granada de humo estalló cerca de la puerta principal. El gas espeso empezó a invadir el pasillo. Había gritos afuera. Órdenes. Pasos que se acercaban.
—Hay una salida por el sótano —dijo Valentina, agarrando a Sebastián del brazo—. Detrás