El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando Valentina seguía frente al escritorio, con los ojos ardiendo y el corazón latiendo como un tambor.
Las fotos no se movían, pero su mundo sí.
Una de ellas —la más nítida— mostraba a su madre de pie, al lado de Duarte, con una mano apoyada en su hombro y una sonrisa que no recordaba.
—Esto no tiene sentido —murmuró.
Se levantó, caminó hacia la biblioteca de su departamento y sacó un álbum viejo.
El de la infancia.
El de antes del “accidente”.
Revisó fechas.
La última foto con su madre era en 1999.
El supuesto accidente había sido en el 2000.
Todo estaba demasiado pulido.
Demasiado ordenado.
Volvió al escritorio.
Entre los papeles hallados en la finca había una hoja de gastos bancarios.
Había una transferencia millonaria hecha justo dos semanas antes de la fecha oficial de la muerte de su madre.
El destino era una cuenta en Islas Vírgenes… a nombre de una empresa fantasma.
—Si estás muerta… ¿cómo sigues moviendo dinero?
La respuesta era ob