Sebastián estaba en su oficina, revisando cifras, contratos, correos…
Intentando fingir normalidad.
Intentando, sobre todo, dejar de pensar en Valentina.
Pero el timbre de su celular lo sacó de todo.
Número desconocido.
Pero no anónimo.
Porque ese tipo de números… solo significaban una cosa: poder.
—¿Sebastián Reyes? —dijo una voz grave, elegante, sin acento definido. Fría como una bala envuelta en terciopelo.
Él reconoció al instante quién era.
—Señor Duarte.
Silencio.
—Pensé que no le interesaban los chismes de prensa —añadió Sebastián, forzando calma.
—Los chismes no —respondió el hombre—. Pero cuando uno de mis peones intenta follarse a mi reina… eso sí merece una llamada.
Sebastián tragó saliva. Se puso de pie, aunque no sabía por qué.
Ese hombre tenía el tipo de voz que te obligaba a enderezarte.
—Valentina no es una ficha —dijo, tenso.
—Lo era. Hasta que dejaste de seguir las reglas.
—Yo nunca acepté tus reglas.
El padre de Valentina rió. Bajo. Despreciativo.
—Claro que sí. Cad