El mundo alrededor seguía girando: juntas, movimientos financieros, rumores de fusiones.
Todo parecía normal.
Pero Sebastián sabía que ya no lo era.
Desde aquella llamada, desde aquella amenaza camuflada en voz elegante, nada dentro de él estaba en calma.
Sabía lo que implicaba desobedecer al padre de Valentina.
Lo sabía mejor que nadie.
Duarte no usaba la violencia directa.
Usaba el poder.
Los silencios.
La pérdida lenta e irreversible de todo lo que creías tener asegurado.
Y aún así…
Sebastián no iba a soltarla.
Ya no se trataba de orgullo.
Ni siquiera de deseo.
Era esa certeza visceral de que, por primera vez, quería proteger algo sin esperar nada a cambio.
Quería protegerla a ella.
Ese mismo día, llamó a Luca —su socio más antiguo, el único que aún le debía lealtad antes de Duarte.
—Necesito cerrar los accesos al sistema compartido. Todo.
—¿Por qué?
—Porque alguien va a venir por mí desde adentro.
Hubo un silencio al otro lado.
—¿Duarte?
—Sí.
Luca respiró hondo.
—Si te vuelves con