Isabel Montenegro observaba en silencio la sala de juntas. Ninguno de sus hombres se atrevía a hablar. Ni siquiera el general Suárez, que había sido su perro fiel durante más de una década. La pantalla al fondo repetía en bucle el titular que la atormentaba desde el amanecer:
**"Fiscalía abre investigación contra senador Ramírez. Nuevas pruebas vinculan a Isabel Montenegro con red de corrupción y encubrimiento de homicidios."**
Ella ya lo sabía. La filtración había sido quirúrgica. No solo habían revelado el video de la reunión secreta, sino también extractos de las cuentas cifradas, los cruces con contratos de obra pública, y los movimientos sospechosos en la policía judicial.
Todo, perfectamente editado. Categórico. Irrefutable.
—¿Y el testigo? —preguntó finalmente con voz fría.
—Muerto —respondió Suárez—. Pero el movimiento no sirvió de nada. La noticia ya estaba programada para estallar con o sin él. Todo fue una distracción.
—¿Y Víctor?
—Desapareció. Cambió de número. Se cree que