La noticia estalló al amanecer.
“El senador Guillermo Ramírez es investigado por lavado de activos y desvío de fondos públicos en alianza con Isabel Montenegro.”
El rostro del senador apareció en todos los medios: ojeroso, descompuesto, cercado por micrófonos. Una cámara filtrada mostraba la firma de su puño y letra en los protocolos que debieron proteger a Julián Gaitán. Una firma que lo conectaba con la corrupción y lo volvía cómplice del silencio que llevó al muchacho a la muerte.
Valentina observaba las pantallas desde el centro de operaciones improvisado. No parpadeaba.
—Ese rostro —susurró— es el de un hombre que empieza a entender que el poder no lo va a salvar.
A su lado, Tomás intercambiaba mensajes con un periodista de confianza. Sebastián, por su parte, recorría el lugar con pasos cortos, midiendo el impacto real.
—No es suficiente —dijo él, deteniéndose frente a Valentina—. Aún puede negociar. Necesitamos llevarlo al punto de no retorno.
Valentina alzó una ceja.
—Entonces