El sobre tenía su nombre escrito a mano.
“Tomás Duarte”.
Nada más.
Había llegado con un mensajero desconocido al apartamento donde se refugiaban desde la última redada.
Tomás lo tomó con recelo.
No era común recibir algo sin rastreo.
—¿Es esto...? —preguntó Sebastián, con tono bajo.
—No sé. No lo he abierto.
Valentina, desde la cocina, asintió sin necesidad de palabras.
Tomás rompió el sello.
Y dentro encontró una carta escrita con tinta negra, letra de adulto, firme pero temblorosa.
Y un sobre más pequeño, notariado.
Comenzó a leer.
> Hijo...
>
> Tal vez estas palabras no tengan derecho a llamarte así. No después de una vida de silencios. No después de todo lo que me negué a darte.
>
> Mi nombre es Jaime Ruiz, y quizás me recuerdes como ese policía que los ayudó cuando nadie más lo hizo. Lo que no sabes... es que lo hice porque eras tú. Porque eras mi hijo.
>
> No podía acercarme sin arrastrarte a mi mundo. Fui parte de una guerra sucia que nadie se atreve a contar. Fui informante, a