Valentina cerró la puerta con lentitud, sintiendo el eco de sus propios pasos sobre la madera. La noche había caído como un manto denso, envolviendo el apartamento en una penumbra tibia, rota solo por las luces bajas del pasillo y el latido inquieto de su pecho.
Sebastián dejó su chaqueta en el espaldar del sofá, como si ese simple gesto confirmara que no tenía intención de irse. La observó en silencio, como un depredador paciente que sabe que el tiempo está a su favor.
—¿Quieres algo de tomar? —preguntó ella, sin mirarlo.
—Solo si tú me lo sirves —respondió con esa voz profunda que parecía bajarle por la espalda.
Ella caminó hacia la cocina. Sus manos temblaban un poco mientras servía vino en dos copas. No era miedo. No del todo. Era anticipación. Ese fuego lento que se enciende cuando se sabe que algo está a punto de suceder.
Sebastián se acercó por detrás. Podía sentir su aliento rozándole la nuca, su cercanía tan invasiva como adictiva.
—No tienes idea de cuánto te he extrañado —s