El eco de los pasos retumbaba en los pasillos de la Corte Suprema. Valentina caminaba al frente, con su blazer beige y mirada firme. Detrás de ella, Tomás y Sebastián se mantenían discretos, vigilando los flancos como si intuyeran que en cualquier momento, algo podía salirse de control.
En la sala de prensa, las cámaras ya estaban instaladas. La Fiscalía aún no había hecho su declaración, pero la anticipación era eléctrica. Todos esperaban que la abogada Duarte rompiera el silencio.
Valentina tomó el micrófono. Respiró profundo.
—Mi nombre es Valentina Duarte… —comenzó— y lo que tengo que decir no es fácil, pero es necesario.
La sala quedó muda. Las luces encendidas le daban calor en la nuca. Sabía que, con cada palabra, se hundía más en la guerra. Pero también sabía que estaba salvando a muchas otras.
—Por años, una red criminal ha operado dentro de instituciones legales, médicas y sociales de este país. Lo que comenzó como una estructura de atención a mujeres en condiciones de vulne