El mundo no es justo. Mi mente, un segundo antes, se movía a una velocidad vertiginosa, calculando la distancia entre Dumas y yo, el volumen de la voz de Fabiana, el peso de mi furia. Un segundo después, se detuvo por completo. La rabia que me había dado la fuerza para alejarme del drama con una dignidad que no sentía se congeló en el aire, reemplazada por una incredulidad total. Lucas estaba allí, de pie en la entrada del backstage, como un fantasma de mi pasado que se negaba a quedarse en la tumba.
Tenía un ramo de flores en la mano, un gesto tan ridículo que me hizo querer reír, o quizás vomitar. Su sonrisa, esa sonrisa arrogante que tan bien conocía, me hizo sentir que todo lo que había logrado ese día era una farsa. Como si todo el universo estuviera burlándose de mí. Mi corazón, que hace solo unos minutos latía con orgullo y triunfo, ahora golpeaba en mi pecho con una mezcla de pánico y un renovado, y mucho más profundo, furor. ¿Por qué él? ¿Por qué ahora? En medio de mi humilla