El sábado amaneció, bendecido por la promesa de la libertad. Mi único plan era el Almacén C-19. Necesitaba el anonimato de mi mono de trabajo y la lógica honesta de la ingeniería para desintoxicarme de la falsedad de la gala y la crudeza de Spencer.
Llegué al almacén y encontré a Rogue ya allí, inclinado sobre el Huayra. Se había quitado la capucha, revelando un cabello oscuro revuelto y una mandíbula tensa. Su concentración era intensa.
—Casey. Justo a tiempo. El nuevo filtro de aire tiene un problema de fitting. El flujo no es limpio.
Me puse manos a la obra. Trabajamos en un silencio cómodo por un rato. A diferencia de Spencer, Rogue no necesitaba imponerse; su autoridad residía en el conocimiento mutuo del motor.
—¿Te gusta esta vida, Rogue? —pregunté, mientras apretaba una tuerca.
Se enderezó, limpiándose el aceite de las manos con un trapo.
—Me gusta la verdad que ofrece. La calle no miente. La velocidad no te juzga. No hay juntas directivas, ni bonos, ni expectativas sociales.