El tercer día en Nueva York fue una prueba de resistencia. La falta de sueño, la presión de Spencer, y la adrenalina residual de los mensajes de Rogue me tenían al límite. Sentía que cada una de mis sonrisas era una mentira, y cada movimiento, un acto de contención.
Spencer parecía estar en un humor particularmente irritado. Durante la reunión final con los inversores, me utilizó como un arma silenciosa.
—Casey, ¿podrías pasarme el informe sobre la sensibilidad del mercado asiático? —dijo, la frialdad en su voz habitual.
Me incliné sobre la mesa, buscando el documento en mi maletín. Estaba justo a mi lado, pero al inclinarme, mi codo rozó accidentalmente su hombro. El contacto duró menos de un instante, pero me hizo sentir un escalofrío.
Spencer no se movió, ni siquiera parpadeó. Pero sus ojos grises se clavaron en los míos, una chispa de intensidad que no tenía nada que ver con las finanzas.
—La prisa es enemiga de la precisión, Casey. Asegúrate de que tu enfoque esté en la tarea. No