La presión en el búnker se había vuelto física. Ya no era una simple tensión, era una fuerza invisible que apretaba las paredes, cargaba el aire con ozono no respirado y hacía que cada silencio fuera una acusación. Alessandro evitaba a Isabela, sumergiéndose en un torbellino de trabajo, ladrando órdenes a través de su teléfono encriptado a equipos en continentes lejanos. Era un hombre que intentaba reafirmar su control sobre el mundo exterior porque sentía que lo estaba perdiendo catastróficamente en el interior. Su paranoia era una sombra que se alargaba, una sombra proyectada por la calma inescrutable de Isabela. La pregunta de ella sobre sus finanzas no había sido solo una insubordinación; había sido un ataque de precisión, y él no podía entender cómo había calibrado su mira con tanta exactitud.

Isabela, por su parte, esperaba. Había lanzado la piedra al lago oscuro y profundo de sus secretos. Ahora observaba las ondas, sabiendo con una certeza instintiva que la presión combinada d