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Capitulo 3. El Juego de Alessandro

Las luces de la ciudad se reflejaban en los ventanales de mi oficina, distorsionadas, lejanas. La torre de Moretti Corporation se alzaba por encima del resto del skyline de Valleria, un monolito de cristal y acero que dominaba la ciudad, tan inmutable como la dinastía que representaba.

Desde aquí, el mundo parecía pequeño.

Controlable.

Predecible.

Excepto ella.

Isabela Moretti.

O como se hace llamar ahora… Ana Stevens.

Me serví un whisky, el hielo tintineando suavemente en el vaso, y me recosté en el sillón de cuero, observando las calles iluminadas. La escena del día se repetía en mi cabeza como un maldito eco: su rostro al escuchar la sentencia, sus labios apretados, el fuego indomable en sus ojos, negándose a romperse.

Humillada.

Derrotada.

Pero no rota.

Nunca rota.

Idiota.

Creyó que podía engañarme. Que podía entrar en mi empresa, en mi vida, escondiéndose tras un apellido prestado como si fuera un simple disfraz. Lo que no sabía… es que la reconocí desde el primer segundo. La vi crecer en las sombras, en las fotos, en los informes que Pietro Moretti me enviaba desde que era una niña.

El funeral de los Moretti. Un circo mediático.

Pietro Moretti, a mi lado, parecía un roble a punto de caer, pero su agarre en mi hombro era férreo. Y entonces la vi. Quince años. Cabello castaño revuelto por el viento, ojos hinchados por el llanto, la figura diminuta pero una mirada que no se quebraba. No era una niña asustada. Era la heredera. Un activo valioso, según el plan de Pietro, y mi futura responsabilidad. Mi futura esposa.

Nuestros ojos se cruzaron. Un instante. Sus ojos , llenos de un miedo primario. Los míos, procesando datos. Una conexión forzada.

Fue la única vez que la vi en persona antes de que Pietro la enviara fuera del país. Un movimiento estratégico para protegerla de la podredumbre familiar.

Ella no supo nada cuando Pietro, ya debilitado, me encomendó su tutela.

—Es mi última jugada, Alessandro —su voz, áspera por la enfermedad, no dejaba lugar a dudas—. Ella es el futuro de Moretti. Pero no está lista. Confío solo en ti para protegerla. Nadie debe tocarla. Nadie… salvo tú.

Y fue entonces cuando organizó el matrimonio legal. Un contrato sellado en secreto. Una protección disfrazada de unión. Un movimiento frío, legal, definitivo para asegurar el control.

Ella nunca lo supo.

Pero yo sí. Y desde ese día… el destino quedó sellado.

Tres meses atrás, la vi cruzar las puertas de Moretti Corporation, creyendo que su plan era perfecto. Creyendo que podía infiltrarse en la empresa sin ser descubierta.

Su cabello más oscuro. Su cuerpo más firme. La misma rebeldía en la mirada. La misma determinación calculada que la hacía insoportable… y fascinante.

Mi esposa.

Mi responsabilidad.

Me acerqué. Probándola. Midiéndola.

—¿Eres nueva? Espero que no seas tan incompetente como pareces.

Su rostro se tensó un segundo. Pero se recompuso con rapidez. Su disfraz era bueno. Pero yo ya conocía la verdad.

La observé desde las sombras durante tres meses. Cada gesto. Cada palabra. Cada movimiento. También observé cómo Giuliana, con su veneno, la rodeaba como un depredador acechando a su presa.

Hoy, Giuliana casi lo logra. La trampa. La humillación. Todo diseñado para quebrarla.

Pero despedirla… fue la única forma de protegerla. Alejarla del peligro. Una decisión calculada.

Y sin embargo, el precio había sido alto. Su mirada herida. Su orgullo destrozado. Su rabia contenida.

Lo vi todo. Y me lo tragué. Porque era necesario.

La Interrupción de Giuliana

Un golpe seco en la puerta me sacó de mi trance.

No hacía falta preguntar quién era.

—Alessandro —canturreó Giuliana, deslizándose dentro como si le perteneciera este despacho—. ¿Celebrando en solitario? Qué decepción.

Cerré los ojos un segundo. Su perfume empalagoso llenó el aire.

—Estoy ocupado —respondí, sin mirarla.

Eso nunca la detenía. Sus tacones resonaron al acercarse. Se apoyó en el escritorio, cruzó las piernas, su copa de champán girando entre los dedos.

—Debiste escucharme —dijo, inclinándose, dejando ver su escote—. Siempre supe que esa tal "Ana" era un problema. Pero no, tú, el gran Alessandro, no escuchas a nadie.

Chasqueó la lengua. Rodeó el escritorio. Sus dedos rozaron el respaldo de mi silla.

—Ahora está fuera. Y yo… sigo aquí. Leal. Siempre de tu lado.

Sentí sus uñas apenas rozar mi hombro. Por dentro, la rabia hervía. Por fuera… nada.

—No hay "nuestro" —dije, frío como el hielo—. Solo hay Moretti Corporation. Y yo.

Ella rio, venenosa, acercándose a mi oído.

—Eres terco… —susurró—. Pero sé insistir.

Me incorporé, alejándome. Nuestros ojos se encontraron. Ella sonrió. Yo la congelé con la mirada, imperturbable.

—La fiesta terminó —concluí.

Giuliana parpadeó, ofendida. Pero su máscara volvió al instante.

—Como quieras —dijo, girándose sobre sus tacones—. Pero recuerda… en este juego, yo nunca pierdo.

La puerta se cerró. El silencio volvió.

Y conmigo, el maldito nudo en el pecho.

Me serví otro trago. El hielo chocó contra el cristal, un sonido seco, metálico, como un eco de mi propio vacío. Me apoyé en el escritorio, repasando mentalmente los movimientos de las últimas semanas. Todo lo que hice fue para mantenerla a salvo. Pero Isabela… siempre encuentra la manera de ponerme a prueba.

Encendí el monitor de seguridad.

La vi. Afuera de su apartamento. Recibiendo la caja.

Dentro, el vestido. La nota.

Póntelo. Gala Benéfica Moretti. Mañana a las 8.

Un riesgo calculado. Una invitación disfrazada de provocación. Una forma de tenerla cerca. Donde pudiera verla. Donde pudiera protegerla. Un activo que poner bajo mi control.

Mis dedos se deslizaron por la carpeta de documentos sobre el escritorio. El acta de matrimonio seguía ahí. Inmaculada. Oficial. Irrefutable. Una garantía.

Aún no era el momento de revelarlo. Aún no estaba lista. Mi estrategia dictaba esperar.

Me incliné sobre el escritorio, observando su imagen congelada en la pantalla.

Esa mirada desafiante. Ese fuego en sus ojos.

El abuelo tenía razón.

Ella aún no es consciente de lo que representa. Pero lo descubrirá. Y cuando lo haga, no tendrá escapatoria. Moretti es un león que devora a los débiles. Ella debe ser un depredador, no una presa.

Me incliné hacia atrás, respirando hondo, conteniendo el torbellino en el pecho. Necesitaba controlarme. Necesitaba mantenerme un paso adelante.

Mi asistente entró.

—Señor Lombardi, la señorita Giuliana Moretti insiste en acompañarlo a la gala.

Suspiré, apoyándome en el respaldo de la silla.

—Cancela mi cita con ella —ordené, con voz gélida.

La noche de la gala sería el siguiente movimiento. El tablero ya estaba dispuesto. Las piezas, colocadas.

Solo faltaba que ella… cayera en la trampa. Mi trampa.

Apreté el vaso entre los dedos. El cristal frío contra mi piel fue lo único que me ancló a la calma.

Esta noche… debo vigilar a mi esposa. Y asegurarme de que mi plan avance.

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