El aullido rasgó la noche como un cuchillo atravesando seda. No fue un sonido cualquiera; fue una nota primordial que vibró en la médula de cada ser vivo en kilómetros a la redonda. Brianna sintió cómo su garganta ardía mientras el sonido emergía de ella, salvaje e incontrolable, como si algo ancestral hubiera despertado en su interior.
No supo cuánto tiempo permaneció así, con la cabeza echada hacia atrás y la luna llena bañando su rostro. Cuando finalmente se detuvo, un silencio sepulcral cayó sobre el bosque. Ni siquiera los insectos se atrevían a romperlo.
—¿Qué... qué acaba de pasar? —susurró, llevándose las manos a la garganta.
Damien estaba a su lado, con los ojos dilatados y el cuerpo tenso como una cuerda de arco. Su respiración era irregular, y por primera vez desde que lo conocía, Brianna vio miedo en su mirada.
—Has despertado algo que debía permanecer dormido —respondió con voz ronca—. Un llamado que no se escuchaba en estas tierras desde hace siglos.
El viento cambió de