El cielo se rasgó como un velo antiguo. La tercera luna emergió entre las nubes, un orbe carmesí que parecía sangrar sobre el firmamento. No era como las otras lunas —blanca y dorada— que gobernaban el ciclo de los cambiaformas. Esta era diferente: pulsaba como un corazón moribundo, irradiando una luz que no iluminaba, sino que absorbía.
Brianna la sintió antes de verla. Un tirón en sus entrañas, como si algo dentro de ella reconociera aquella presencia ancestral. Se encontraba en el balcón de la habitación principal cuando el aire se volvió denso, casi irrespirable.
—La Luna del Caos —susurró, recordando los antiguos textos que había encontrado en la biblioteca prohibida de Damien.
El territorio entero pareció estremecerse. A lo lejos, los aullidos comenzaron: primero uno, luego decenas, hasta convertirse en un coro de lamentos que helaba la sangre. No eran aullidos de caza o de llamada. Eran gritos de dolor.
Damien irrumpió en la habitación, su rostro una máscara de furia contenida