El salón principal de la mansión Blackthorn vibraba con tensión. Las paredes de piedra antigua parecían contener apenas la energía que emanaba de los dos Alfas enfrentados, como si el propio edificio temiera desmoronarse ante la furia contenida de ambos hombres.
Brianna permanecía de pie junto a la ventana, observando cómo las nubes oscurecían el cielo. Su reflejo en el cristal le devolvía la imagen de una mujer que ya no reconocía: ojos más brillantes, piel con un resplandor sutil, como si algo dentro de ella estuviera despertando.
—No puedes seguir negando lo que es evidente, Damien —la voz de Lucan resonó en la habitación, profunda y autoritaria—. Lo que ella posee podría terminar con siglos de derramamiento de sangre.
Damien, con los puños apretados y la mandíbula tensa, mantenía una distancia calculada de su rival.
—Lo que tú buscas es poder, Lucan. Siempre ha sido así.
Una risa amarga escapó de los labios del visitante. Brianna se giró para observarlos. Lucan, con su presencia i