La mañana se desplegaba con una luz tímida sobre la mansión Delacroix. Clara observaba a Sophia sentada frente al espejo mientras le cepillaba el cabello con movimientos suaves y rítmicos. La niña, con sus grandes ojos atentos, seguía cada uno de sus gestos a través del reflejo.
—Así, pequeña. Treinta cepilladas cada mañana para que brille como el sol —murmuró Clara con una sonrisa.
Para su sorpresa, Sophia tomó el cepillo de sus manos y comenzó a imitar exactamente el mismo movimiento que Clara había estado haciendo, con la misma cadencia y precisión. No era la primera vez que la niña la imitaba en los últimos días. Había comenzado a adoptar pequeños gestos: la forma en que Clara inclinaba ligeramente la cabeza cuando escuchaba con atención, cómo colocaba las manos sobre su regazo durante las comidas, inc