Emilia entró al club ataviada con su uniforme, maquillada a la perfección y con una actitud seria y profesional. Caminó directo a los vestidores donde dejó sus pertenencias en el casillero con su nombre y salió de allí tras darse un breve vistazo en uno de los espejos, confirmando que ninguna de las marcas que Sidorov dejó en su piel se notase.
De camino a buscar a Anya se encontró con Katerina. Esta, primero la miró con el ceño fruncido y ojos llenos de desprecio, pero después pensó en algo y elevó una ceja mientras caminaba en su dirección esbozando una sonrisa burlona.
—¿Te dignas a venir? Pensé que, ahora que tienes a Alexander comiendo de tu mano, no trabajarías más…
La pelinegra se detuvo y la observó directo a los ojos. No estaba de buen humor, de hecho, ese día había transcurrido en una especie de frenesí mental, lo que la llenó de frustración.
—Claro que tengo que venir, debo supervisar a las nuevas camareras —respondió en un tono lleno de arrogancia, incluso sonrió desafiant