Alexander observó la puerta por un largo rato, en silencio. Ivan aguardaba respetuoso un par de pasos detrás de él, esperando a que el jefe hablara.
El mutismo contemplativo sumió al guardaespaldas en sus propias elucubraciones. La escena que acababa de contemplar la dejó ver ciertas cosas que, debido a su propia naturaleza, no había meditado. Después de todo, Ivan se movía con precisión militar en todo lo que hacía, en especial, si se trataban de las órdenes de Alexander Sidorov. Él no estaba para discutir, él existía para ejecutar. Su mente no perdía tiempo con emociones que no servían para nada.
Tal vez, era esa misma naturaleza lo que le había permitido quedarse al lado del jefe por tanto tiempo. Eso, y el profundo respeto y lealtad que sentía por Alexander.
—Quiero que alguien vigile a Emilia —dijo el rubio sin mirarlo, se puso de pie, se encaminó a su bar privado y se sirvió un bourbon. Por alguna razón, no se le apetecía el vodka en ese momento.
—Sí, señor.
Ivan se aprestó a re