Emilia pasó los siguientes días a la expectativa. La confrontación con Alexander Sidorov ocurrió la noche del sábado, y de acuerdo a su contrato, el domingo libraba en ambos establecimientos. Esa mañana de domingo, durmió a intervalos caóticos, llenos de sueños oscuros y sudorosos.
Despertó con dolor de cabeza y una sensación opresiva en el cuello. El único sueño que alcanzaba a recordar la había dejado perturbada, pues dejaba al descubierto las claras intenciones de su jefe. Y por muy valiente que fuese, Emilia comprendía muy bien que Alexander le llevaba ventaja en cuanto a astucia y malicia.
Sin embargo, el lunes cuando fue a trabajar, la rutina continuó como de costumbre. No había nuevos rumores, las miradas condescendientes y envidiosas eran las mismas. Y el señor Sidorov no apareció en el restaurante hasta el día miércoles; pasando por su lado como si no existiera.
Lo cual fue, hasta cierto punto un alivio, pero tras el consuelo breve sobrevino la ansiedad.
Con las cartas sobre