El sonido de la respiración pesada de ambos llenó la habitación, acompañado por el ruido del roce de la ropa siendo apartada. La luz tenue de la lámpara proyectaba sombras que bailaban en las paredes, creando una atmósfera cargada de deseo y tensión.
Alexander se inclinó aún más, atrapando sus labios con los suyos en un beso que fue todo menos suave. Sus manos danzaron sobre sus pechos turgentes, pellizcando sus delicados y duros pezones, haciéndola jadear. Katerina se sintió abrumada, la mezcla de dolor y placer que la recorría como corrientes eléctricas desembocaron entre sus piernas, estallando en un mar de deseo que mojó las sábanas.
La mano castigadora de Alexander bajó hasta ese lugar, uno que sentía la urgencia de ser tocado; mientras sus dientes se clavaron en la tierna piel del cuello, donde el blanco inmaculado se tornó rojo apasionado. Los dedos largos y masculinos se abrieron paso sin contemplaciones entre sus pliegues, llegando muy profundo a la vez que gruñía de forma gu