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Capítulo 3: Aprecio por un servicio impecable

A medida que Emilia se acercaba, sintió con intensidad la mirada del hombre atravesando cada capa de su ser, como si quisiera desnudar sus pensamientos más profundos. Con su avance, Alexander Sidorov levantaba la vista hacia ella, sus ojos avellana chispeando con un interés desconcertante. El hombre esbozó una sonrisa casi imperceptible que no logró calmar el torbellino que se había formado en su pecho.

—Buenas noches. Bienvenidos a La Espiral. ¿Con qué desean comenzar? ¿Una bebida o un aperitivo? ¿O prefieren que les dé el menú de esta noche? —preguntó Emilia, manteniendo la voz firme y el tono profesional.

—Vodka para mí. Sin hielo —dijo él, con un tono grave y seductor.

—¿Y la dama? —inquirió Emilia, ignorando el escalofrío que recorrió su espalda, enfocando su atención en la mujer, dándole su mejor sonrisa.

La rubia, que no había dejado de observar a Emilia con una mezcla de hostilidad y curiosidad, añadió:

—Un martini seco para mí.

Emilia asintió y se retiró con rapidez, sintiendo el peso de la mirada de Alexander siguiéndola hasta que desapareció de su vista. Cuando regresó con las bebidas, notó que la conversación entre ellos se detuvo al momento que estuvo cerca. Fue tan evidente que, incluso se sintió un poco ridículo. Emilia no se inmutó, depositó las bebidas en la mesa e hizo una ligera inclinación, con intención de retirarse. Alexander tomó su vaso, su mano era varonil y elegante; lo alzó ligeramente hacia ella antes de dar un sorbo, esbozando una sonrisa algo insolente.

—Regresaré en unos minutos, para darles tiempo de que decidan que quieren ordenar —mencionó Emilia, esforzándose por mantener el tono profesional.

—No es necesario —la detuvo Alexander—. Ordenaremos de una vez.

—De acuerdo —respondió Emilia, asintiendo. Procedió a enumerar con precisión las opciones del menú de esa noche—. ¿Qué les apetece?

—Salmón ahumado —pidió Alexander sin apartar la vista de ella, la ligera elevación de las comisuras de sus labios le daban un leve toque perverso—. Y mientras lo preparan, sírveme otro trago y trae un plato de foie gras.

—¿Y la dama? —Se giró para preguntarlo.

—Ensalada César, sin aderezos —añadió la mujer, con un tono que hacía evidente que consideraba innecesaria la interacción—. Y otro Martini cuando traigas la comida.

Emilia asintió mientras tomaba nota mental del pedido, ignorando que la mujer no ordenó un plato principal. En la cocina, se acercó al chef y susurró la solicitud de la pareja, haciendo énfasis de para quién era el pedido. Regresó al área de descanso del personal, calculando los minutos que le llevarían al chef cocinar el salmón. Volvió poco después con los platos cuidadosamente decorados, colocándolos con pulcra eficacia frente a ellos, incluyendo la copa de Martini y una nueva ronda de vodka para el jefe.

Durante todo el proceso, sintió que los ojos de Alexander Sidorov no la abandonaban ni por un segundo. Esa mirada, intensa y constante, la hacía sentir vulnerable, como si estuviera siendo desnudada capa por capa. A pesar de su incomodidad, Emilia mantuvo la compostura, enfocándose en su trabajo, ninguno de sus movimientos fue rígido y no dio margen para cometer algún error.

Se retiró deseándoles buen apetito, maldiciendo mentalmente al hombre.  

Cuarenta minutos después, tras notar que habían terminado la cena, Emilia regresó para retirar los platos vacíos y ofrecerles postres.

—¿Les interesa la opción de postres de la noche? Nuestro chef de repostería preparó dos opciones interesantes —preguntó con cortesía.

Alexander negó con un leve movimiento de cabeza.

—Nada para mí —su respuesta fue directa, pero sus ojos seguían clavados en ella, como si estuviese esperando verla derrumbarse en cualquier momento.

La mujer a su lado tampoco mostró interés, negando con la cabeza. En cambio, ambos pidieron nuevos tragos. Regresó al cabo de unos minutos con las bebidas, alejándose de vuelta a la barra, observando en dirección a ellos esporádicamente, para confirmar si necesitaban rellenar sus vasos. Tras una ronda adicional, el hombre le hizo una seña y Emilia regresó a su lado.

—¿Pagarán la cuenta ahora o desean algo más? —su voz sonó más firme de lo que esperaba, y la mujer se rió entre dientes sin poder contener el sarcasmo.

—¿No sabes quién es él? —preguntó con una burla evidente, observándola desdeñosamente de medio lado.

Emilia sostuvo la mirada de la mujer sin inmutarse y respondió con calma:

—Sí, lo sé —sonrió con elegancia—. Pero la política del restaurante, desde su fundación, es que el dueño sea el primero en dar el ejemplo y pague su cuenta. El señor Sidorov dejó muy en claro que este es un negocio, no el comedor de su casa.

La respuesta dejó a la mujer perpleja por un instante antes de esbozar una sonrisa forzada. Alexander, en cambio, dejó escapar una breve carcajada, visiblemente divertido por la osadía de Emilia.

—Eso es correcto, este restaurante es un negocio… mi negocio… —habló de buen humor—. Pagaré la cuenta, señorita —dijo con un tono que parecía sugerir que había ganado algo más que la transacción.

Alexander extendió su tarjeta y Emilia la recibió con cuidado, se alejó en dirección a la caja, procedió a indicar el número de la mesa y esperó por la cajera mientras procesaba el pago. Cuando Emilia regresó con su tarjeta de crédito, se la entregó al hombre con mucha educación. Los vio marcharse del restaurante, mientras la mujer contoneaba sensualmente sus caderas.

Suspiró aliviada, sintiendo que un enorme peso desaparecía de su cuerpo; se giró para recoger las copas de sus últimas bebidas y notó el sobre blanco junto al vaso del que había bebido el señor Sidorov.

El nombre de Emilia estaba escrito en una elegante letra cursiva con tinta negra, cada trazo impecable, fuerte y deliberado. Por un momento, sintió que el tiempo se detenía. El sobre parecía fuera de lugar, como si perteneciera a una realidad distinta a la que Emilia conocía.

Con el corazón palpitando sordamente en sus oídos, lo tomó, sintiéndose confundida y un poco alarmada, mientras el peso de la mirada de Alexander volvía a caer sobre ella, generándole escalofríos. Emilia elevó su vista, frunciendo el ceño. Él se encontraba de pie a escasos pasos de la escalera que daba al piso superior donde se encontraba la administración, sonriéndole deliberadamente, con una mirada tan intensa que escondía una promesa silenciosa.

Emilia apretó el puño con fuerza, arrugando el sobre. No tuvo ni que pensar qué había adentro, sin embargo, el grosor la dejó sorprendida. Dentro había un fajo de billetes que excedía por mucho lo que cualquier propina regular podría ser.

«Al menos no es una invitación» pensó con algo de consuelo, lo último que necesitaba era llamar la atención de ese hombre. Emilia quería respuestas, no un romance escandaloso ni ser la querida del jefe. 

Avanzó con pasos rápidos hacia él, Alexander sonrió más ampliamente, como si hubiese calculado esa reacción.

—¿Qué significa esto? —preguntó, incapaz de contener el tono confundido y la ligera furia que comenzaba a surgir en su interior debido a la humillación—. En la cuenta está incluida la propina. Esto… esto es demasiado.

Alexander sonrió, una sonrisa calculada y peligrosa.

—No para mí —respondió, sacando una cajetilla de cigarrillos de su bolsillo—. Esto es solo una muestra de aprecio por un servicio impecable. Espero que lo aceptes, señorita Collins —su voz transformó su nombre en algo casi íntimo, y la forma en que lo pronunció hizo que un escalofrío le recorriera la columna—. Como dueño de este negocio, es gratificante contar con empleados tan comprometidos.

Emilia dudó por un instante, pero al ver los ojos de Alexander, comprendió que se había equivocado en su deducción.

«Hijo de p…»

A pesar de que había sido un encuentro casual, había algo más en juego, algo más oscuro y peligroso. Aquellos ojos avellana no solo la observaban, parecían sostener un peso que la arrastraba hacia un abismo del que temía no poder escapar.

Alexander Sidorov claramente estaba demostrando interés, uno inusitado y algo visceral.

Con el corazón latiendo con fuerza dentro de su pecho, Emilia supo que había llamado la atención de alguien cuyo riesgo iba mucho más allá de lo evidente. Mientras el hombre ascendía las escaleras, posando deliberadamente su mano sobre la cadera de la sensual mujer que lo acompañaba, sintió el peligro inminente.

La primera noche de regreso a La Espiral, estuvo cargada de tensión, dejó una promesa velada de futuros encuentros de los cuales estaba segura no podría escapar con facilidad. Y aunque Emilia había esperado el momento en que pudiese encontrarse cara a cara con Alexander Sidorov, nunca imaginó que terminaría de ese modo. Comprendió, con un deje de pánico, que esa simple casualidad estaba cambiando el curso de sus planes, y con ello, su vida podía tomar una dirección diferente.

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