Los horas en la isla avanzaban con lentitud serena. La brisa salada del mar y los cielos despejados le daban a todo una apariencia tranquila, pero bajo esa calma, algo comenzaba a agitarse. En especial para Dante.
Abril, la joven entusiasta, se mostraba cada vez más presente. Aparecía con una sonrisa grande cada mañana, trayendo café, dulces caseros o informes de obra que no necesitaban su atención inmediata. Su entusiasmo se extendía como un manto cálido sobre todos, excepto sobre él.
—¿Y si después del almuerzo te muestro los avances en la zona este? Hay una pequeña playa que estoy segura te encantaría ver —dijo ella con una mirada directa, mientras se acomodaba junto a él bajo el porche del centro comunal.
Dante levantó la vista de los planos. La voz de Abril le llegaba nítida, pero distante, como si algo invisible interfiriera entre ellos. Dante se había incorporado con los arquitectos, después de todo parecía tener un encanto para esto. Claro. Aunque no lo recuerde, él es Dante M