La brisa marina se colaba entre las hojas, murmurando secretos que sólo el mar conocía. Alicia se quedó inmóvil por un instante, con los ojos fijos en aquella espalda que tantas veces había besado en el silencio de la noche. El corazón le martillaba el pecho, y por un instante creyó que si daba un paso más, se rompería. Pero sus pies se movieron solos.
Un paso.
Otro.
La arena crujió apenas bajo su peso.
El hombre —Dante— giró la cabeza con lentitud. Fue un movimiento mínimo, pero bastó para que ella viera una fracción de su perfil. El aire se volvió denso. El mundo entero pareció contener la respiración.
Y entonces, él se dio la vuelta.
Los ojos oscuros de Dante Moretti se encontraron con los de ella.
No dijo nada.
Ni una palabra.
Solo la miró.
Y Alicia sintió cómo su alma se deshacía.
Era él. Estaba vivo. Estaba ahí. Frente a ella. Y la miraba… como si nunca la hubiera visto antes.
No había reconocimiento en sus ojos.
No había nostalgia. Ni dolor. Ni amor.
Solo había sorpresa. Y una