La despedida en la Mansión Morgan fue cálida, repleta de abrazos, promesas y sonrisas. Alicia sentía que había dejado un trozo de su corazón con su madre, pero también sabía que debía volver. Italia era su hogar ahora, y Dante, su ancla. El avión privado los aguardaba, con toda la discreción y el lujo que acompañaban siempre a los Moretti.

Durante el vuelo, Dante se mantuvo a su lado. Sus dedos entrelazados no se separaron ni un instante. Alicia, recostada sobre su pecho, cerró los ojos mientras él acariciaba lentamente su cabello. Cada gesto de Dante era un poema silencioso que le hablaba de cuidado, de entrega, de ese amor que poco a poco había dejado de ser implícito para volverse evidente en las acciones.

—¿Te sientes bien? —preguntó él, susurrando junto a su oído.

—Sí… aunque creo que los bebés quieren algo dulce —respondió con una sonrisa traviesa, señalando con su mirada la caja de chocolates en la mesa del avión.

Dante se levantó sin dudarlo y le alcanzó uno, desenvolviéndolo