El elegante auto negro se detuvo frente a la majestuosa mansión de los Morgan, con su fachada imponente que parecía observar a los visitantes con la misma severidad que lo hacía Alessandro Morgan en persona. Dante bajó primero, rodeando el auto con la misma calma elegante que lo caracterizaba. Le abrió la puerta a Alicia, quien bajó del auto vestida con una blusa crema de seda y pantalones color marfil, sobria y elegante, pero con los hombros rígidos, como si llevara una carga invisible.
El sol de la mañana caía suave sobre el jardín perfectamente podado. Las flores adornaban el camino hasta la gran entrada, pero ni la belleza del lugar podía calmar los nervios que Alicia Michelle sentía en el estómago. Tenía los dedos entrelazados con los de Dante, su ancla silenciosa, mientras se acercaban a la puerta. El mayordomo los recibió con una reverencia leve y los guió hacia el interior.
La mansión era exactamente como Alicia la recordaba: lujosa, pero cargada de historia, de silencios pesa