El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte cuando el sonido inusual de un motor rompió la tranquilidad habitual de la isla. Dante se encontraba frente al mar, como cada mañana, intentando encontrar algo que le recordara quién era. Había aceptado su nueva vida sin preguntas, pero dentro de él persistía la certeza de que su historia no había comenzado en esa isla. No se sentía miembro de la misma.
Abril llegó corriendo, descalza, con una sonrisa más luminosa que el amanecer.
—¡Van a llegar! —anunció, agitada—. Dicen que es un grupo de personas importantes, que quieren ayudar a la comunidad. ¡Traen una propuesta para mejorar la isla! Es algo hermoso.
Dante giró el rostro hacia ella. Su piel tostada por el sol y sus ojos oscuros refulgían con una emoción tan pura que lo desconcertó. En su voz había esperanza. En sus gestos, sueños que él no alcanzaba a comprender… pero que deseaba proteger.
—¿Ayudar? —murmuró, como si esa palabra pesara más de lo normal en su lengua.
—Sí —dijo el