La habitación era blanca. Tan blanca que dolía a los ojos.
Las paredes, el techo, las sábanas… todo parecía haber sido creado para borrar cualquier rastro de emoción. Era como si alguien hubiera querido neutralizar el dolor con ausencia de color, como si en ese blanco absoluto pudiera silenciarse la tragedia. Pero el dolor no se iba. No se calmaba. Solo se transformaba en algo más denso.
Alicia permanecía acostada en la cama, el cuerpo cubierto por una manta demasiado suave para su estado. El corazón le pesaba tanto que parecía estar hecho de piedra. Había despertado hacía unas horas, rodeada de luces tenues, un leve pitido del monitor cardíaco y el murmullo de una enfermera que hablaba con alguien fuera del cuarto. No había preguntado nada. No había dicho nada.
La presencia de Dante en algún rincón de su consciencia era apenas una sombra oscura que ella se negó a mirar.
Sus ojos, esos que antes brillaban con una esperanza temerosa, ahora estaban vacíos. A veces pestañeaba lentamente,