La noche se había vuelto más espesa, como si cada estrella colgara del cielo en silencio para observarlos. La brisa marina, que antes parecía juguetona, ahora soplaba como un suspiro antiguo, cargado de memorias, de ecos que nadie más podía escuchar.
Dante no apartó los ojos de Alicia. Había algo en ella que lo desarmaba, que lo encendía, que despertaba en él una necesidad tan profunda que lo asustaba. No entendía por qué. No tenía respuestas. Pero su cuerpo reaccionaba, su piel ardía, y su alma... su alma gritaba por ella.
Alicia no dijo nada. No podía.
Tenía miedo.
Miedo de perderse, de ceder, de entregarse sabiendo que él aún no la recordaba. Pero también miedo de no hacerlo, de rechazar lo que su corazón le suplicaba. De alejarse, cuando su ser entero anhelaba estar entre sus brazos.
Y él la miraba con esa intensidad que parecía desnudarla sin necesidad de tocarla. No era lujuria. No del todo. Era deseo… pero también era curiosidad, atracción, reconocimiento. Como si cada centímet