La noche había avanzado sin piedad, pero la calma de la isla era apenas una fachada. En el corazón del exclusivo resort, en una zona reservada solo para miembros clave del círculo empresarial, Dante caminaba con paso firme. Sus zapatos resonaban sobre el suelo de mármol mientras se adentraba en un pasillo privado, donde la luz era tenue y los sonidos quedaban atrapados en el eco de los muros.
Matteo ya lo esperaba, apoyado con informalidad contra la baranda de una terraza que daba al mar oscuro. Vestía de manera más relajada que en la cena, pero su rostro conservaba la misma seriedad de siempre.
—¿Todo listo? —preguntó Dante sin rodeos, al cerrar la puerta tras de sí.
Matteo asintió, aunque sus ojos no se apartaron del mar.
—Ya fue enviada. Tal como ordenaste. Está en la costa sur. No hay manera de que contacte contigo.
Dante inspiró profundo. La tensión en sus hombros no se aligeró.
—¿Y su teléfono?
—Desactivado. También se bloqueó su acceso a las cuentas. Montserrat ya no tiene form