48. La Confesión Fatal

—Lo único que debería importarte es aceptar que me perdiste. Y que nunca volveré a ser tuya —dijo, con una firmeza que lo dejó inmóvil.

Los hombres de Eryx encendieron las luces delanteras, enviando un destello hacia el auto de Santiago, como una advertencia silenciosa.

Él respiró hondo, cerrando los ojos un segundo, y luego la miró con una intensidad devastadora.

—Esto no termina aquí, Shaya. No voy a dejarte ir… no tan fácilmente.

El seguro del auto se liberó con un clic. La puerta se abrió, como si el aire mismo hubiera exhalado tras la tensión. Shaya salió sin mirar atrás, sus tacones resonando contra el piso. Caminó con la frente erguida, aunque por dentro, su corazón latía con una mezcla peligrosa de emociones.

Los hombres de Eryx aguardaban a unos metros, observando en silencio, listos para intervenir si era necesario.

Santiago, aún dentro de su auto, la miró alejarse con el rostro endurecido, los labios apretados en una línea de frustración y deseo.

La obsesión había e
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