Enzo sonrió de lado, con esa media expresión que rara vez mostraba.
—Y dime, jefe… ¿qué se siente ser padre?
Valentín lo miró, sorprendido por la pregunta, y después dejó escapar un suspiro breve.
—No lo sé… —admitió—. Es raro, es… felicidad, supongo. No he pensado en nada más.
—Pues así debería ser —asintió Enzo, dando un par de pasos dentro del cuarto, como midiendo el ambiente—. Solo enfóquense en esto. De lo de afuera nos encargamos nosotros.
Alma lo miraba desde la cama, agotada, pero con un brillo de gratitud en los ojos.
—Y si necesita un niñero —añadió Enzo, rompiendo la tensión—, le mando a uno de esos grandotes inútiles de afuera a cuidar al bebé.
Valentín soltó una risa corta, genuina.
—No creo que sepan ni cómo cargarlo.
—Bueno, todo se aprende —dijo Enzo, encogiéndose de hombros con naturalidad.
El ambiente se alivió unos segundos, suficiente para que Alma también sonriera débilmente. Enzo hizo un gesto con la mano hacia la puerta.
—Estaré afuera. Cualquier cosa, me llama