A media cuadra del portón principal, Cipriano bajó el vidrio, arrancó la espoleta de una granada de humo y la lanzó en parábola perfecta. Rebotó en la entrada y empezó a vomitar una nube densa, gris, que lamió el cerco y apagó formas.
—¡Movimiento en principal! —se oyó por los radios enemigos.
La caseta se vació, dos vigilantes corrieron, otros se asomaron con las armas a media altura, titubeando.
La nube hizo el resto.
Enzo aceleró, frenó brusco frente al portón con el blindaje por delante. Los primeros disparos golpearon el parabrisas y se quedaron ahí, incrustados como insectos.
—Uno, dos —contó Valentín.
Abrieron fuego medido, sin salir del vehículo, solo para mantener la mirada del enemigo pegada al frente.
Al otro lado de la calle los vecinos cerraron cortinas como si así pudieran cancelar la realidad.
A dos calles, Patrick vio el momento.
El dron trepó un metro, luego otro, cruzó el muro por encima del ángulo ciego y se estacionó sobre la piscina.
La cámara devolvió el brillo d