Mundo ficciónIniciar sesiónDerek se alejó rápidamente de la piscina, dejando a las dos mujeres en un silencio incómodo. Odiaba ser el centro de una escena tan patética, especialmente cuando era el motivo de la disputa.
A unos metros de la casa principal, un pequeño alojamiento de seis habitaciones se erigía en un espacio tranquilo y privado, un refugio personal para aquellos que buscaban un respiro del bullicio. Derek solía quedarse allí, lejos del ruido. Se encontraba acostado en un sofá, frente a una chimenea que no estaba encendida, con la mirada perdida en el techo, tratando de calmar su mente. Su hermana Dayana entró silenciosamente, se acercó a él y se sentó a su lado. —¿Te vas a quedar aquí todo el rato? —No quiero ver a esas mujeres. Son agotadoras. —Lizeth está enamorada de ti, y Freisy te adora, eres su primo favorito. Compiten por tu atención. —Quiero mucho a Freisy y Lizeth es una buena amiga, pero tendré que dejarles las cosas claras de una vez por todas. En la madrugada, la supervisora de servicio buscaba a la empleada encargada de la limpieza para una habitación en el alojamiento. Encontró a Naomi y a su hermana Nelly. —Nelly está en el baño, tiene cólicos, pero yo puedo encargarme de la habitación —se ofreció Naomi. —Perfecto. Lleva sábanas limpias y ambientador. Es la habitación de los jóvenes. Naomi se dirigió al lugar. Tocó a la puerta, pidió permiso y entró. La escena era un caos: varios jóvenes, la mayoría con un aspecto desaliñado, y un olor a alcohol y vómito que impregnaba el aire. Amaury, el hijo de Albín, había vomitado en la cama y sus amigos, Frederick y Maik, lo sostenían mientras intentaban limpiarlo. Derek, ajeno a todo, estaba de pie junto a la ventana, con las manos en los bolsillos y una expresión de descontento. —¡Joder! No pueden con el alcohol y quieren acabarse la botella —murmuró Derek. Naomi, intentando ser lo más rápida posible, se dispuso a cambiar la ropa de cama. Quería irse de allí lo antes posible. De repente, Lizeth se levantó del sofá y se acercó a Derek con un movimiento seductor. —Vamos a tu habitación —le sugirió con voz suave. —No. No quiero estar contigo. ¿Qué parte no entiendes? Lizeth ignoró su respuesta y se acercó aún más, bajando la voz y dirigiendo una mirada de desprecio a Naomi. —No me hables así. No estamos solos. Derek siguió la mirada de Lizeth y vio a Naomi, que estaba en silencio, haciendo su trabajo. —¿Lo dices por ella? Es solo una empleada. Mejor me voy, este lugar apesta. El corazón de Naomi se encogió. Aunque intentaba ignorar la conversación, no era sorda. Las palabras de Derek la golpearon. “Es solo una empleada”. El desprecio en su voz era tan palpable que sintió un nudo en la garganta. Por un momento, quiso levantar la cabeza y preguntarle, "¿Mi valor como persona es menor porque soy una empleada?", pero respiró hondo, se tragó el orgullo y siguió con sus labores. No era el momento ni el lugar para una confrontación. La noche, corta para algunos, había dado paso a un nuevo día. La música y las risas de la celebración aún resonaban en los pasillos de la villa. El personal de servicio se movía sin descanso para asegurarse de que todo siguiera fluyendo con normalidad. En el dormitorio de Tyler, los hermanos Ross, Rainer y Raylin, compartían el desayuno con Naomi y Nelly. —Tía, me gusta mucho este lugar, ¿podemos quedarnos a vivir aquí? —preguntó Rainer, el más impulsivo de los dos. —Este lugar no nos pertenece, Rainer —respondió Raylin, el más sensato—. Algún día tendremos una casa así, ¿verdad, tía? Naomi los abrazó a ambos con ternura. —Por supuesto. Les prometo que viviremos en una casa igual de grande que esta. —Pero que sea pronto —insistió Rainer—, porque vamos a crecer y no podremos jugar en el jardín de niños. —Ya despidan a su tía, debemos empezar con nuestras labores —dijo Nelly, indicando a los niños que se levantaran. Naomi besó a sus sobrinos y abrazó con fuerza a Tyler. —Te quiero mucho. Todo va a salir bien. —¿A qué hora es la reunión? —preguntó Nelly mientras salían de la habitación. —A las 2:00 PM. El día transcurría lleno de preparativos para la gran reunión. La decoración del salón de fiestas era majestuosa, los encargados del evento habían puesto esmero en cada detalle. La reunión para elegir a los nuevos ejecutivos de la agencia, uno de los momentos más esperados, estaba a punto de comenzar. Nelly, queriendo complacer a sus hijos, les dio unos helados de chocolate. —Vamos, niños —dijo Nelly, y siguió con los gemelos por el pasillo que llevaba al jardín de infantes. Rainer, emocionado, se echó a correr sin mirar, tropezando con un hombre y derramando el helado sobre sus zapatos relucientes. Derek se dirigió al salón de reuniones con paso firme, el sonido de sus zapatos de cuero resonando en el pulido suelo de mármol. La impaciencia se apoderaba de él, consciente de que ya lo esperaban. La mañana había sido un torbellino de correos electrónicos y llamadas, y lo único que deseaba era finalizar la reunión y poder respirar un poco. Sin embargo, su camino se vio abruptamente interrumpido por una figura pequeña y escurridiza que se interpuso en su paso, obligándolo a detenerse en seco. Un gruñido de frustración escapó de sus labios. Miró hacia abajo, y el impecable brillo de sus zapatos —recién lustrados para la ocasión— estaba mancillado por una mancha pegajosa de helado. La ira se encendió en su interior. —¡Maldita sea! ¿De quién es este niño? —gritó, su voz, normalmente controlada, se elevó con una rabia inesperada. —Es mío, señor, lo lamento —dijo una voz temblorosa. Nelly, con la cabeza gacha, se apresuró a tomar al pequeño de la mano. El uniforme de empleada que llevaba hacía evidente su posición allí. —¿Por qué, demonios, tu supervisor permitió que trajeras a tus hijos aquí? —Derek se enfureció aún más, su rostro se tiñó de un rojo intenso que delataba su furia.






