Mundo ficciónIniciar sesión—Aún es muy temprano. ¿Les dijiste a tus amigas que mañana nos vamos a la villa?
—Sí. ¿Tu prima Freisy está invitada? —Por supuesto. No entiendo por qué ella y tú tienen esa rivalidad. —Por ti. Ella está enamorada de ti, por eso me odia. No soporta que tú y yo sí podamos tener sexo, y en cambio, ustedes no. Derek se la quitó de encima, visiblemente molesto. Se puso de pie y la tomó por la barbilla. —No vuelvas a decir esa estupidez —la soltó y se dirigió al baño. El comentario de Lizeth le molestó tanto que decidió ir directo a casa. Recordó los roces que había tenido con su prima en la adolescencia y sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. Freisy era su prima y jamás se atrevería a verla de otra manera. Condujo a toda velocidad, apretando el volante con fuerza y maldiciendo en voz baja. Al llegar a la residencia Torres, se encontró con la empleada personal de doña Alba, quien se dirigía a la cocina. Intrigado, decidió ir a la habitación de su abuela. —Abuela, ¿por qué estás despierta a esta hora? —se acercó a ella, acomodándose a su lado. —Estaba tomando una pastilla. Estoy cansada de los medicamentos, mi enfermedad no tiene cura. —No me gusta que hables así. —Es la verdad. ¿Has oído hablar de alguien que se cure de la vejez? Soy vieja y los años no perdonan. —Vivirás muchos años, a mi lado. Te quiero. Ella le dio un beso en la frente y le acarició el cabello. —Derek, quiero que me des un bisnieto para poder morir en paz. Solo así mi alma obtendrá el descanso eterno, sabiendo que tienes a alguien por quien luchar, una personita de tu propia sangre. —Abuela, duérmete —murmuró, casi dormido. A la mañana siguiente, Víctor pasó por la habitación de su madre, como era su costumbre. La escena lo conmovió y le arrancó una radiante sonrisa. Derek era su vivo retrato; había heredado su carácter y su amor por doña Alba. Deseó que su hijo, al igual que él, encontrara una buena mujer y formara una familia. Todos los empleados tenían que llegar a la villa antes que los invitados. El transporte del hotel se encargó de pasar por ellos. Cuando los hermanos Ross salieron con los gemelos, el chófer del autobús negó con la cabeza y les pidió que se detuvieran. —Los niños van con su tío. ¿Hay algún problema? —le preguntó Naomi al chófer. La mayoría de los empleados, especialmente los conductores, conocían a Tyler y sabían que llevaba años trabajando para la agencia Torres. Por ello, entendieron que, como un invitado más, podía llevar a sus sobrinos. Sin más contratiempos, partieron a su destino. Después de cinco horas de viaje, llegaron a la villa. Era una hermosa estructura rodeada de naturaleza. Se respiraba aire puro, el viento soplaba fuerte y se oía el canto de las aves, creando una atmósfera de paz y bienestar. Naomi se quedó paralizada, mirando el lugar y sus alrededores. Sintió un escalofrío y se abrazó a sí misma. —Qué lugar tan hermoso. ¿Qué te pasa? —le preguntó Nelly, que se percató de la reacción de su hermana. —Sentí como algo... No lo sé, pero... Olvídalo. Entremos, tenemos que organizar las habitaciones. En cualquier momento empiezan a llegar los invitados. El atardecer puede ofrecer un sinfín de colores y matices que ningún otro momento del día tiene. Naomi miraba a lo lejos, admirada por la belleza del sol a punto de ocultarse. El color naranja del cielo parecía formar calles doradas. Era la primera vez que la joven estaba en un lugar tan tranquilo y silencioso. Respiró profundamente y pensó que podría vivir allí, como una ermitaña. Podría tomar el sol de la mañana desnuda, mientras las aves le cantaban bellas melodías. —¿En qué piensas? Llevo un rato llamándote. Desde que llegamos estás muy rara —dijo Nelly, sentándose a su lado y mirando al cielo. —Me siento nostálgica. Recuerdo la tarde en que mamá nos abandonó. Corrí detrás de ella hasta la casa de los señores Pérez, y desde allí vi un atardecer neutro, sin colores. Crecí pensando que los atardeceres eran insípidos, pero ver esta belleza me ha hecho cambiar de opinión —expresó Naomi. —Confieso que yo también me siento melancólica, pero es por la tranquilidad del lugar. Tranquilidad que está a punto de desaparecer, porque los invitados están llegando. Las meseras ya empezaron a servir las bebidas. —Gracias a Dios que no pertenecemos a esa área. —Tampoco nosotras estamos en una situación muy agradable. Tener que recoger prendas íntimas con olores desagradables y tirar a la basura preservativos usados es horrible. Las dos sonrieron y decidieron regresar con las demás camareras, ya que debían ubicarse en un lugar específico. Ya de noche, la mayoría de los invitados habían llegado. Los que faltaban lo harían al día siguiente, el día de la celebración. Naomi observaba la villa desde la ventana de su habitación. Parejas se susurraban al oído, grupos de amigos reían con copas en mano, y familias disfrutaban de la velada. Pero su atención se desvió hacia la piscina, donde un grupo de jóvenes se mantenía en un tenso silencio mientras dos mujeres discutían acaloradamente. El drama era evidente. La mirada de Naomi se posó en un hombre que estaba sentado, con los brazos cruzados y una expresión de fastidio. Era el centro de la disputa. Desde la distancia, podía escuchar los nombres de Lizeth y Freisy. La tensión era palpable y, por el tono de sus voces, parecía una pelea frecuente. Naomi, sin querer, se encontraba inmersa en una escena que no le incumbía, pero que la intrigaba por su intensidad. Era un momento vergonzoso en un ambiente que se suponía festivo y familiar. Derek, se levantó de su asiento y se terminó el whisky que le quedaba en el vaso. Con los puños apretados, miró a las dos mujeres y les gritó con frustración: —¡Maldita sea! Estoy harto de sus estúpidos conflictos. ¿Cuándo van a madurar? Se comportan como dos adolescentes rebeldes. Vinimos a celebrar con la familia y los amigos. ¡No las quiero cerca de mí!






