Estaba tratando de actuar normal. De verdad lo estaba intentando. Pero, cada vez que Marcos se acercaba a Alan, sentía una opresión en el pecho.
Su mente no podía dejar de repetir la imagen de Marcos sosteniendo esa pistola. Su paranoia la estaba llevando, incluso, a imaginar que sacaría una en cualquier momento y apuntaría a su hijo con ella.
—Creo que ya hay que apagar la luz, cariño —dijo desde la puerta de la habitación de su pequeño.
Marcos estaba sentado en la cama con Alan, leyéndole un cuento antes de dormir. Aquella había sido una actividad normal —no siempre se repetía, pero era una rutina entre ellos—; sin embargo, se veía obligada a interrumpirla.
Necesitaba a Marcos lejos de Alan. Quizás estaba siendo exagerada, pero lo necesitaba lejos. Su instinto materno se lo pedía.
—¡Mami, pero todavía no acaba el cuento! —se quejó el niño, cruzando los bracitos e inflando sus cachetitos.
Se sintió tonta e impulsiva, pero sonrió como si no pasara nada.
—Te lo terminaré de leer mañana