El dolor se apoderó de su cuerpo como un virus. Sintió un vacío en la boca del estómago, como si la hubieran lanzado desde lo alto de un precipicio; como si su mundo acabara de derrumbarse y ya no quedara nada sólido en lo que mantenerse en pie.
¿Por qué lo hizo?
¡¿Por qué?!
El hombre que tenía enfrente no dejaba de observar cada una de sus reacciones, mientras ella solamente quería levantarse y correr. Correr lejos; correr a un lugar donde todo esto fuera una mentira.
Porque el Marcos que conocía no era ese hombre sanguinario de la foto; el Marcos que conocía nunca le hubiera apuntado a alguien con una pistola. El Marcos que conocía no era un asesino.
Pero justo ahora, ¿adónde estaba ese Marcos?
Parecía que en algún punto había fallecido y ni siquiera se había dado cuenta de eso.
Estaba sacudiendo la cabeza con lágrimas en los ojos cuando Alejandro deslizó un pañuelo en su dirección.
No era un simple pañuelo. Era una pieza tan elegante como todo él: seda italiana, en un bonito