La tortura no terminaba. Pensó que Marcos la llevaría al auto para regresar a casa, pero, en lugar de eso, se instalaron de nuevo en el salón principal.
«Marcos, por favor, vámonos ya», quiso decir; pero las palabras se atascaron en su garganta. Sabía que él no se tomaría bien su sugerencia e, incluso, podía imaginar lo que diría: «¿Qué? ¿Quieres huir?».
Así que no tenía otra opción más que continuar escuchando discursos de ejecutivos, risas forzadas y copas tintineando sin parar. No era el momento de huir; Marcos necesitaba impresionar a toda esta gente y ella era parte del paquete.
Intentó disimular su malestar sonriendo a medias cuando un socio se acercó a felicitar a Marcos por su «ascenso meteórico». Pero esto, inevitablemente, le hizo pensar en otra cosa: en las palabras de Alejandro en el baño, en esa insinuación de lo que verdaderamente hacía su esposo.
¿Pero podía creerle?
Observó por un segundo al hombre a su lado, sacudiendo la cabeza. Conocía a Marcos desde niña; sabía la