En los últimos segundos, había estado repitiéndose que había hecho bien desviando la mirada. Había hecho bien simulando que no era nadie importante, que no merecía ni un segundo de su atención. Pero obviamente, Alejandro Urdiales no se quedaría con eso, no permitiría que lo ignorara, porque él nunca se quedaba con nada.
Y su refugio seguro duró exactamente eso: pequeños instantes, antes de que sintiera que la tomaban del brazo con violencia y la giraban.
El salón pareció sumergirse en un silencio absoluto. Todos miraron y dieron pausa a sus conversaciones animadas.
Marcos se tensó a su lado, adoptando una postura desafiante, con esos ojos marrones intensos que parecían retar al recién llegado.
Sin embargo, Alejandro no lo estaba mirando, porque su vista estaba sobre ella: ferviente, penetrante.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —Sintió que sus dedos se cerraban con mayor fuerza sobre su brazo.
—¡Suelta a mi mujer! —dijo Marcos, empujándolo en el pecho y haciéndolo retroceder un par