Un momento de felicidad. Un instante de tranquilidad derrumbado, como de costumbre.
«Era de esperarse, ¿no?», pensó con amargura, harta de tantos golpes.
¿Cuándo la vida le sonreiría al fin?
¿Por qué no podía su hijo seguir creciendo como lo estaba haciendo hasta ahora?
¿Por qué la amenaza volvía a aparecer?
Él había mostrado fortaleza. Había mostrado unas ganas de vivir que ella envidiaba. Pero las pruebas para su hijo no terminaban. Su pequeño ángel debía enfrentarse a algo nuevo.
—Por favor, hijo… aguanta un poquito más… —suplicó de rodillas, frente a la incubadora—. Mamá no puede perderte a ti también… por favor…
La puerta se abrió en ese momento y Marcos entró, con una carpeta en la mano. Se quedó un segundo en el umbral, mirándola, y luego se acercó y se arrodilló a su lado.
—Selene…
—Marcos, no puedo… —levantó la cabeza con los ojos hinchados y la cara empapada por el llanto—. No puedo más… me acaban de decir que necesita cirugía… que su corazoncito…
—Shhh —él le puso