Tardó varios segundos en procesar que el reconocido cirujano cardiólogo Alejandro Urdiales estaba de pie frente al humilde lugar donde trabajaba.
«¿Qué hacía aquí para empezar?», se preguntó, pestañeando repetidamente, como si de esa forma pudiera borrar la imagen inexplicable del hombre.
Sin embargo, Alejandro no estaba dispuesto a darle tiempo para asimilar su extraña presencia. Acortó la distancia que los separaba en menos de una fracción de segundo y la tomó del brazo, apartándola de Marcos con demasiada brusquedad.
El sobre de dinero que su amigo intentaba darle cayó al suelo, haciendo que los billetes se desparramaran en la acera, y la expresión del médico se convirtió en una máscara de hielo al percatarse de esto último.
De repente, como si no pudiera controlar sus propios impulsos ni actuar como el médico respetado y correcto que se suponía que era, movió la pierna con rapidez y pisó los billetes, ocasionando que algunas magulladuras se crearan en los mismos.
—¡No! —gritó