La sorpresa no tardó en revelarse en esos ojos grises que en otro tiempo le habían parecido tan hermosos.
La nariz del hombre se arrugó de una forma felina, dando alusión a un animal a punto de atacar. Con fuerza la sacudió una vez más antes de decirle con voz en cuello:
—¿Enamorada? —su mandíbula se apretó, haciendo que los músculos de su cara se tensaran visiblemente—. ¡No mientas, maldición! ¡Tú no amas a ese imbécil!
—¡Lo amo! ¡Lo amo! —gritó, únicamente para herir su inflado ego.
Él había asegurado noches atrás que ella lo amaba. Se había burlado incluso de la posibilidad, jactándose de que le había advertido que no lo hiciera. Ahora le satisfacía enormemente hacerle ver que nada era como él creía, que no era un tipo irresistible como se pensaba y que sí, era completamente capaz de amar a alguien más.
—¡Cállate! —gruñó más fuerte—. ¡Cállate!
—¡No le hables así! ¡No tienes ningún derecho! —intervino Marcos, ocasionando que Alejandro la soltara por fin. Pero no, esto no había sido