Me quedo sola, una vez más. No hay pasos, no hay ecos. Solo el maldito silencio que Maximilian deja con su partida. El sonido seco de la puerta aún retumba en mi cabeza, quiero llorar, pero no me derrumbo.
No le doy el gusto de eso, no se lo merece.
Simplemente, me quedo de pie con los puños apretados, sintiendo cómo la rabia se transforma en algo más útil: determinación. No voy a caer en su juego, no voy a permitir que su odio y veneno me contaminen. Ya no más.
Camino dentro de la habitación de un lado a otro. Necesito aire, aunque sea el mismo que respiro. Tengo que calmarme antes de que los arranques de Maximilian me arrastren a un punto donde termine destrozada y él siga como si nada.
Me arde la piel, pero no por él. Me arde por mí, por todo lo que le he permitido en tan poco tiempo, por dejar que mi corazón se altere cuando no me ha dado más que corajes y por dejar que mi estúpida cabeza creyera que podíamos llegar a un acuerdo.
Cuando estuve en la ducha, me tomé unos cuantos minu