—Te dije que podía hacerlo en menos tiempo —dijo Caterine, satisfecha. Pero entonces, pareció procesar lo que acababa de oír—. ¡¿Qué tú hiciste qué?! ¡Gino Spinelli! ¿Es que acaso no podías mantener a tu pequeño amigo dentro de los pantalones?
Su prima se puso de pie rápido y Gino, por puro instinto de supervivencia, se levantó también, listo para huir. La mirada de su prima en ese momento daba mucho miedo. No era un cobarde, pero Caterine estaba un poco loca y su padre la había entrenado bien. Podía no alcanzar a su barbilla, pero era peligrosa.
—Las mujeres con las que he pasado la noche podrían dar testimonio de que no es para nada pequeño —bromeó, aunque se dio cuenta que fue un gravísimo error al ver como la expresión de su prima se endurecía más.
Debería haberse quedado callado.
—¡Ugh! ¡Eres un cerdo!
Caterine se acercó a él y él salió de detrás de su escritorio antes de que ella lo atrapara. Su prima lo persiguió por la oficina, mientras él corría de un lado a otro.
—Respira, p