No había amenazado en vano cuando le dijo que quería seducirla. Sus constantes referencias mordaces, que ella devolvía con liviandad, no eran más que una pantalla, un falso juego en el que se mostraba por encima de todo y en total control de sus facultades, cuando sabía que sus barreras temblaban ante ella. Las que parecían frases sueltas que buscaban desestabilizarla e incomodarla, eran verdades como puños.
Era total y absolutamente real que a Aidan le encantaría juguetear con sus pechos, hasta dejarlos como rocas; era real que su lengua quería paladear la dulce esencia de su cuerpo. Era una verdad como un templo que su miembro se endurecía ante la idea de entrar en ella como para hacerla sentir que la partía en dos, empujándola con fuerza, reclamando su centro, mientras sus manos recorrían cada curva y se tomaban de sus caderas para poseerla. No recordaba haber sentido tal necesidad, tal deseo de tener a una mujer.
No había forma de dar salida a esa intensidad sin que pareciera acos