—¿Quieres ser mi esposa?
—¿Estás seguro? —susurró.
—Regina, por favor. Nunca he estado más seguro de algo—acarició su barbilla, mirándola con ternura.
—Sí, sí, sí, sí—decidida, dejando detrás sus temores, se abalanzó sobre él, haciendo que ambos cayeran sobre la gruesa alfombra de lana cruda, riendo y girando.
Él la abrazó por la cintura y luego ahuecó sus glúteos, elevándola para que quedara sobre él, a horcajadas. Acarició la parte baja de su espalda, para luego tomar su mano y colocar el anillo en su dedo. Luego, la atrajo contra sí, haciéndola yacer sobre su pecho, abrazándola con total cariño.
—Nunca pensé que esta historia terminaría de una manera tan bonita —murmuró Regina—. Cuando me ofreciste ser tu amante.
—Ese no fue mi mejor momento. Pero en verdad me habías dejado mudo y te deseaba a morir. Me sentí atraído a ti desde el inicio.
—Yo acepté porque me pasó igual. Cuando tuve que alejarme, sentí que mi alma se partía. Y cuando volviste a mí y me confesaste que me amabas, mi