Mientras conducía, Gabriel miró por el retrovisor y vio a Olga y May en el asiento trasero. Preocupado, preguntó suavizando la voz:
—¿Está bien? ¿Cómoda?
Olga y Malú intercambiaron una sonrisa, y Malú respondió arrastrando ligeramente la “r” con su acento ruso:
—¡Tranquilo, Gabriel! Esta pequeñita adora el coche. Como dicen en Brasil: ¡May es una Maria gasolina!
Los tres rieron, y May, como si entendiera la broma, aplaudió al ritmo de las risas. Gabriel sintió el pecho calentarse al verla tan feliz. Con esas mejillas rosadas, la sonrisa sin dientes y los ojos brillantes, sabía que May conquistaría hasta a la tía más seria de la familia. Al inicio del viaje, estaba eufórica: tarareaba, señalaba los árboles y contagiaba a todos con su energía. Pero, poco a poco, el movimiento del coche la venció y terminó durmiéndose, acurrucada en su asiento.
Cuando el silencio reinó en el coche, Gabriel aprovechó para observar a Malú por el retrovisor. Notó que mordía sus labios, distraída, y la mirad