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CAPÍTULO 6 – ¿PUEDO IMAGINAR?

Malú tenía miedo de los extraños, sobre todo si eran hombres, y no solía confiar en ellos. Por eso, se levantó y fue hacia él, pidiéndole a la niña:

— Por favor, devuélvame a mi May. Puedo cuidarla.

Ravi arqueó una ceja, observándola con atención; su mirada aguda captó la tensión en su postura, y el fuerte acento ruso en su voz lo intrigó.

— ¿Está segura de que puede cuidarla? —preguntó él, notando el sutil temblor en sus dedos.

— ¡Sí! —respondió ella rápidamente.

Fue en ese momento cuando Malú notó lo que estaba vistiendo. Su rostro palideció al darse cuenta de la bata ligera y absurdamente transparente que cubría su cuerpo. La tela fina revelaba mucho más de lo que debía, dejándola expuesta de una manera que la hizo sentirse vulnerable y avergonzada.

Su corazón se aceleró aún más al ver la expresión sorprendida de Ravi. Él no disimuló el impacto de aquella visión. Sus ojos recorrieron su silueta de forma involuntaria y, por un segundo, pareció estupefacto.

El pavor se apoderó de ella. Se levantó de un salto y corrió de nuevo hacia la cama, tirando de la sábana para cubrir completamente su cuerpo. Temía cuando los hombres la miraban de esa manera; se sentía muy mal y sucia. Sus labios temblaban en ese momento y su voz salió en un susurro trémulo:

— ¿Por… por qué estoy vestida así? ¿Qué pasó? ¿Fuiste tú quien me quitó la ropa? ¿Qué me hiciste? ¿Me drogaste? ¿Es por eso que estoy mareada? ¡Devuélveme a mi May!

Sus ojos estaban llenos de desesperación y rabia, y su respiración era errática. El miedo la dominaba por completo.

Ravi frunció el ceño, su semblante volviéndose serio. La acusación de ella lo golpeó como un puñetazo; inspiró profundamente antes de responder, con su voz grave intensificándose a cada palabra:

— ¡Escuche, señorita! No es porque sea hermosa que voy a atacarla. ¡No soy ningún loco abusador! Nunca necesité hacer eso con ninguna mujer. Y no fui yo quien cambió su ropa. Fue Camila, mi ama de llaves. Y sólo se siente así porque tuve que llamar a un médico para que la atendiera. Él le dio unos calmantes, por eso recién ahora despertó. Además, ¿no entiende que, si hubiera querido aprovecharme de usted, lo habría hecho mientras dormía?

Malú abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron; en su lugar, lágrimas silenciosas recorrieron su rostro. Se encogió, temblando, abrazando las rodillas sobre la sábana.

Al ver la reacción de ella, Ravi pasó la mano por su cabello, frustrado consigo mismo: “Maldición, fui un idiota. Está claro que alguien la hirió hasta el alma. ¿Quién sería el desgraciado capaz de lastimar a una mujer tan frágil?”

Suspiró, intentando suavizar su tono, pero entonces la escuchó susurrar:

— ¿Podría… po… podría traerla aquí? — pidió Malú, con la voz temblorosa.

Él se levantó, caminó hasta la cama y le entregó a la pequeña con delicadeza.

— Aquí está la abejita — dijo, bromeando con el pequeño mameluco de abeja de la niña, tratando de aliviar la tensión.

Malú lo observó, aún cautelosa. Se sentía agradecida de tener a su hija de vuelta, pero el miedo aún no la abandonaba. Abrazó a la niña y notó que él se había quedado en silencio; también percibió la mirada fija de él sobre ella. El cuarto quedó en silencio, y sólo el suave sonido de la respiración de la pequeña rompía la calma, mientras la luz de la mañana entraba por las ventanas e iluminaba el lugar con un tono dorado.

Intentó no sentir miedo con la presencia de él, pero era casi imposible; cuando un hombre se acercaba, su cuerpo reaccionaba por instinto. El aroma de su perfume —una mezcla amaderada y cítrica— impregnaba el aire, haciendo su presencia aún más marcada y, para ella, más incómoda.

Acarició a la pequeña, que despertó y le sonrió, emitiendo un dulce balbuceo de bebé. El corazón de Malú se apretó, y un gesto involuntario de ternura escapó de sus labios húmedos por las lágrimas.

Ravi observó la escena en silencio. Había algo hipnotizante en la forma en que ella sostenía a la niña, como si May fuera lo más valioso de su vida. “Es una buena madre”, pensó, y luego habló de nuevo:

— Por favor, discúlpeme por hablarle de esa manera. ¿Cómo se llama? — preguntó con una voz más calmada, intentando que la muchacha confiara un poco más en él.

Aunque aún asustada y vacilante, respondió:

— María Luiza Martínez… pero me llaman Malú. También le pido disculpas por haberlo juzgado tan mal.

Él sonrió levemente antes de responder:

— Es un hermoso nombre. Mucho gusto, señorita Malú. Mi nombre es Ravi Castellani.

— Un gusto, señor Castellani. Bien… eh… ¿qué pasó después de que… me desmayé? — preguntó ella, mientras abrazaba a la niña con cariño y besaba su carita.

— Bueno, como le dije, llamé a un médico que dijo que probablemente estaba con un nivel de estrés elevadísimo. Por eso sufrió una síncope y perdió el conocimiento — respondió él, serio.

Malú bajó la cabeza, pensativa, pero no comentó nada al respecto. Luego, preguntó:

— ¿Y por qué May estaba con usted?

— Estaba inconsolable mientras usted estaba desmayada, lloraba mucho en brazos de Camila. Pero cuando la tomé yo, se calmó y se quedó dormida. Por eso no quise arriesgarme a que se despertara otra vez… y terminé durmiendo con ella en mis brazos — explicó Ravi.

— Gracias, señor Castellani — dijo la muchacha, avergonzada.

— ¿Gracias por qué, señorita? — preguntó él, intrigado.

— Por todo… principalmente por no haber llamado a la policía. Yo… — empezó a decir Malú.

— Por favor, señorita Martínez, olvide esa tontería que dije, ¿sí? Fui un completo idiota al amenazarla de esa forma. Al fin y al cabo, es evidente que no es una ladrona, ni mucho menos una secuestradora de bebés — dijo Ravi.

— ¿Y por qué está… tan seguro ahora? — preguntó Malú.

— Bueno, de alguna manera mágica logró burlar la alarma de uno de los autos más caros y seguros que tengo, y no robó nada. Lo único que hizo fue esconderse allí con su bebé… porque ahora sé que realmente es suya — explicó Ravi.

— ¿Lo sabe? — preguntó ella de nuevo, con las cejas arqueadas.

— Sí. Cuando Camila la vistió a usted y también cambió la ropa de la niña, observó en sus muslos la misma marca en forma de corazón que usted tiene debajo del pecho — dijo él con suavidad.

Malú se estremeció levemente al saber que él conocía algo tan íntimo de su cuerpo. Quiso decir algo, pero él continuó:

— Lamento haberla juzgado erróneamente. Aunque aún no entiendo del todo los motivos que la llevaron a entrar en mi coche, puedo imaginarlo — dijo Ravi.

Malú tragó saliva. En ese momento, Ravi inclinó la cabeza, observando atentamente sus reacciones. Entonces ella le preguntó:

— ¿Puede… imaginarlo?

Sus ojos se fijaron en él, y en ese instante, Malú comprendió que Ravi no era sólo un hombre atractivo. También era muy inteligente y peligrosamente perspicaz… tal vez demasiado.

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