Cuando el conductor desaceleró, el coche se emparejó totalmente al lado de los dos vehículos de los criminales. Miriã y Luna actuaron rápido. Miriã apuntó a los conductores y sus acompañantes, mientras que Luna se concentró en los neumáticos. Ambas fueron precisas, y los disparos hicieron que los dos autos enemigos derraparan violentamente en la pista, perdiendo el control y chocando contra las barreras de concreto.
— ¡Perfecto, señorita! —comentó el conductor, eufórico, pero su alegría duró poco.
Un chirrido de llantas resonó detrás de ellos. Los otros guardaespaldas habían sido alcanzados, y los tres coches restantes de los criminales ahora los perseguían de cerca, implacables. Luna, con las manos temblorosas, llamó a la policía y a Cristiano, quien entró en desesperación al escuchar la situación. Inmediatamente movilizó a todos sus guardaespaldas, ordenando que se dirigieran al lugar donde estaban las hermanas.
Miriã, concentrada, consiguió abatir a otro conductor enemigo, mientras